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vigilancia

(escuchando Ben Harper, give till it’s gone)

llevaban meses esperando a que saliera de su apartamento. aquel sospechoso parecía poder subsistir entre cuatro paredes. qué comía? con quién hablaba? qué hacía para vivir? cada dos días cambiaban el coche y aparcaban en otro sitio, para no levantar demasiadas sospechas, pero se pasaban las horas sentados, mirando a través de los cristales, su puerta y sus ventanas, escrutando cualquier indicio de movimiento que les diera una nueva pista sobre sus actividades. la pareja de agentes, un hombre de unos cuarenta y largos, de poco pelo, bebedor empedernido de café y amante de la bollería industrial, y una mujer de unos años menos, con cara de pocos amigos, gafas de montura fina y pelo rizado, adicta las noticias judiciales de los periódicos, escuchaban la radio y hablaban poco. cuando les mandaron la misión, se sintieron un poco defraudados. tanto tiempo en el cuerpo para esto. una vigilancia siempre era aburrida, y más si se trataba de hacerla sobre un tipo del que sólo tenían referencias y que las investigaciones no apuntaban más que a conjeturas y retales de información unidos con alfileres. y peor aún si tenían que hacerla con alguien con quien no se llevaban especialmente bien. pero había que pasar el tiempo. de vez en cuando, él le miraba las piernas y las manos, que ojeaban las páginas con soltura. ella, por su parte, no podía apartar la imaginación de su cuello y sus hombros, siempre resguardados por ropa demasiado gruesa para su gusto. había días que las horas pasaban deprisa, casi sin darse cuenta. otros, el reloj parecía haberse detenido en el interior de aquel coche familiar, hoy granate, mañana verde botella, que no tenía nada de especial, simplemente estaba ahí. era una calle transitada, con suficiente tráfico de gente y vehículos, como para que nadie sospechara nada. una tienda de licores, un quiosco de prensa y revista, dos comercios asiáticos, tres bares y un par de tiendas de ropa, hacían la espera mucho más llevadera. voy a comprar un periódico, quieres algo?, preguntó ella. él sólo la miró. se hizo un silencio denso. incluso la radio parecía haber dejado de emitir. en el momento en que el sospechoso salió de su casa, con una bolsa de deporte colgada a la espalda, ellos estaban revolcándose en el asiento de atrás.

él era tan duro y romántico como la ciudad que amaba. tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar. Nueva York era su ciudad y siempre lo sería. Woody Allen, Manhatan.

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