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(escuchando pearl jam, rearviewmirror)

le habían dicho que era un chico muy imaginativo. o eso era lo que le decían constantemente. eres demasiado imaginativo, tienes que tener los pies en la tierra. piensa en lo que quieras, le recomendaban, pero no ten siempre en cuenta que tienes que vivir pegado al suelo. al crecer, el discurso cambió a órdenes. sé realista, por Dios, no puedes pasarte el día soñando. no puedes. era lo que más le repetían. pero sí podía. de hecho, era lo que hacía constantemente. su cabeza iba mucho más allá del suelo y, en ocasiones, le hubiera encantado que se llevara su cuerpo con ella. iba a lugares en los que nunca antes había estado nadie. estaban llenos de gente, de animales, de construcciones, de cosas, todas creadas por sus desbordantes neuronas que, gracias a una pasión impensable en otro ser humano por el ritmo de su corazón, mostraban una pasión realista en cada uno de los paraísos que creaba. cómo podía llegar a ellos era un misterio para todos los que le rodeaban. pero lo hacía. en la ficción, claro. porque, en la realidad, era becario en una empresa de exportación de piezas de ferretería y se pasaba las horas clasificando tornillos y tuercas, lo cual, todo sea dicho, le había permitido crear un mundo mecánico en el que todo funcionaba con la fluidez de un reloj suizo (qué tendrán los relojes suizos que no tengan los canadienses, por ejemplo?). hasta que se cansó. al salir de su cubículo, se fue a una ferretería (qué ironía) y compró varios metros de cuerda de cometa. en casa, las cortó en trozos de dos metros y los ató a todos los lomos de todos los libros que había leído, de manera que las páginas se pudieran abrir sin dificultad. salió a la terraza, puso los libros en un montón, agarró todos los cabos y esperó. a los pocos segundos, los libros empezaron a mover sus páginas como si fueran pájaros y se fueron elevando, primero tímidamente, luego con energía. hasta que lo levantaron sobre los tejados del pueblo. su imaginación se había puesto a volar con los libros.

hasta el infinito y las allá. Tim Allen, toy story.

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