Categorías
microcuentos

sueños

(escuchando Sade, soldier of love. por todos los dioses, ha vuelto exactamente igual)

su tía abuela era una mujer tranquila, sin ninguna malicia. perdió a su esposo, el mejor pescador de la zona, en una tormenta imposible. nunca tuvo hijos, pero adoraba a sus sobrinos y a todos aquellos niños que quisieran ir a merendar leche con sus magníficas galletas de manzana y canela. pero no todo el mundo la veía igual. en el pueblo, eran muchos, por no decir todos, la llamaban la bruja de la casa encantada. y no porque el edificio estuviera medio derruido o porque ella tuviera un aspecto desaliñado, más bien todo lo contrario, su casa era una preciosa villa en una de las cinco colinas que rodeaban el pueblo y ella iba siempre pulcra y perfectamente ataviada con su vestimenta de buena persona, sino por culpa de su extraño poder. al quedarse dormida, su entorno se transformaba en el decorado de sus sueños. pero no todo su entorno, sino únicamente la habitación en la que se encontraba. por eso, en algunas ocasiones, al soñar con aquella trágica noche en la que su marido fue tragado por las olas, desde la plaza del pueblo, podían escucharse los terroríficos rugidos de un mar embravecido que luchaba por engullir todo lo que encontrara ante sus aguas. pero eso fue sólo al principio. con el paso de los años, los sueños se volvieron más apacibles. sólo si uno se acercaba mucho podía saber qué estaba soñando. bajo su ventana se escuchaba el canto de los pájaros o el viento entre las ramas de los árboles, o las olas deshaciéndose en la arena de alguna playa. eran esos días en los que sus sobrinos eran más felices. durante las tardes de verano, a la hora de la siesta, invitaban a sus amigos a plantabarse bajo la ventana de su tía abuela a esperar a que se durmiera. escuchaban pacientemente y, al oír el sonido de sus sueños, se acercaban a la habitación y abrían la puerta. en su interior, la anciana dormía apaciblemente en la cama. a su alrededor, bosques enteros llenos de animales para jugar a Robin Hood, o una orilla larguísima en la que construir cientos de castillos y correr. pero los mejores días era cuando soñaba que ella era pequeña. esos días, todos se alegraban de poder jugar con aquella niña que sabía un montón de juegos que ya tenía olvidados y que tanto les divertían. al despertar, todo se desvanecía y los niños salían en tropel de la habitación. ella les miraba de reojo y no podía evitar sonreír. salía al patio, donde todos la esperaban. uy, cuántos niños, decía simulando sorpresa. a ver quién quiere leche con galletas?

hay que soñar, Léolo, hay que soñar. Gilbert Sicotte, Leólo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *